La magia significante y la metamorfosis corporal.
Por
Guillermina Martinez
El 12 de abril se presentó, en la ciudad de
Tandil, el documental La sombra del
jaguar- kuaray'a chiví-. Dicha actividad estuvo organizada por el IOM local
y ante un público heterogéneo e interesado se contó, luego de la
proyección, con el comentario de Sara Ortelli, Dra en Historia e investigadora
del Conicet; de Enrique Acuña, guionista
y director del film y la coordinación de
Ángel Orbea, responsable del IOM- Tandil.
El documental, nos introduce en el mundo mbya
guaraní, comunidades que habitan las
selvas próximas del alto rio Uruguay y los saltos del Moconá, llevándonos a través del relato de sus mitos
y rituales a un conocimiento de su historia y razones, definiendo al mismo
tiempo la identidad guaraní. Son cinco capítulos donde los testimonios abordan
La Creación y el mito del sol y la luna; la bendición de frutos y el uso de los
nombres propios; los dueños y sombras, la pasión animal en la transformación y
por último, la tierra, el fin de espera. Se nos va presentando una forma de
vivir, crecer, enfermar, curar y morir en el monte del cual son parte, ya que el ser mbya, su
ontología se constituye a partir de ser parte espiritual; un lenguaje del monte.
Ahí la naturaleza esta culturalizada por lo simbólico.
Orbea piensa al documental como una obra de arte
donde rescata la experiencia de la historia, en el sentido de lo que plantea
Giorgio Agamben en Infancia e Historia. Por su parte, Sara Ortelli
comienza destacando la estética de la película, así como el valor del
acercamiento y la mirada, poniendo el
acento en la función de la palabra cuando se les otorga un saber a estos
sujetos, llamados mbya-guaraníes. También interroga Ortelli la cuestión de la
memoria cómo algo vívido y contado en la verbalización del mito; haciendo un
paralelismo con la preocupación actual de la sociedad argentina por la memora
activa. Dirá que estos pueblos tienen
algo que enseñarnos, interpelando la memoria de una manera más profunda que la nuestra,
a partir de sus antepasados y de una vivencia permanente de la experiencia y el aprendizaje de sus
ancestros. Finalmente dirá que impresiona de una manera brutal y gráfica, la
imagen del nuevo paisaje luego de la desforestación y las plantaciones de soja,
con una tierra más yerma quedando la selva detrás, testimoniando la destrucción
del “blanco”.
Enrique Acuña retoma la cuestión de la memoria
oral, destacando que ésta, ha mantenido los detalles del los mitos intactos
porque en una cultura ágrafa, el uso del lenguaje oral para contar la memoria
se valoriza. Hay una pragmática en el cual el mito organiza y se actualiza en
los rituales y estos interviene en el estilo de vida; reglando y organizando la
comunidad, por ejemplo estructurando perfectamente el engranaje
comunitario.
Destaca
la actitud nominativa de los mbya,
donde las palabras nombran las cosas de la naturaleza –según el relato mítico
donde los dos héroes civilizadores –Sol y Luna- enviados por El padre creador,
nombran las plantas, los animales, y organizan el buen vivir. La estructura del
mito tiene una lógica significante, que luego se pone en juego en el ritual
sagrado como el Ñengue. La lógica interna del mito originario, es que el nombre
de las cosas está dado por Dios. En la medida que va nombrando, va creando, lo
que permite observar el fuerte fundamento que tienen las palabras. Esto, se pone en juego en el ritual de la bendición
del nombre propio. Operación de tres momentos donde en el primero, se le
pregunta a Dios el nombre del niño, en el segundo, Dios dice y se entiende cuál
es la palabra, mientras que en el
tercero, se comprende el nombre, inscribiendo al niño en un árbol genealógico
de dioses. Si en esa imposición, el niño “no se halla” –según suceda un buen o
mal encuentro con ese nombre- puede caer en la transformación del cuerpo, la
metamorfosis animal (Jepotá), enfermar o morir.
Siguió Acuña explicando porqué para los mbya, las palabras no solo nominan sino
que, también curan, siguiendo una eficacia simbólica. Se evidencia en la
ceremonia de la palabra, cómo son curados por un ritual que solamente está
basado en las palabras y en una accion performativa que es el fumar–curar del Tatachiná- . No hay ninguna sustancia
que esté operando en dicha curación. El analista también opera con la palabra, pero a diferencia de la
teatralización chamanica; apunta a un más allá de lo simbólico, tocar lo real.
En la cura analítica hay que atravesar este momento de la magia del
significante, para después aislar un elemento imposible de decir que causa el
hecho de seguir hablando: el deseo inconsciente.
El guionista de este documental retoma luego la
enseñanza de en el “Mito individual del neurótico” donde observa que el
neurótico tiene su propio mito y ritual –su religiosidad neurótica- que relata
en el diván. Esta manera de mantener a salvo sus privados objetos , es una
manera de hacer con lo sagrado en el fantasma neurótico, que revela en el
síntoma su articulación significante que puede ser interpretada. Tambien
actualizo als referencias al perspectivismo amerindio de Philippe Descola y
Viveiros de Castro, con las ontologías que ellos describen en algunos pueblos
originarios.
Por último, luego de un cruce de preguntas e
intervenciones del público atento por el documental, Acuña plantea que la situación actual de las
comunidades guaraníes, está atravesada por tres cuestiones: los derechos
humanos, la tierra y evitar el genocidio, por lo que una respuesta posible es
la presencia en los pueblos originarios, el acompañamiento, para seguir
escuchando su particular modo de ligarse
a un fundamento de la palabra que oscila entre la religión y la magia; del cual
sabemos el psicoanálisis aprende.-
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