Una primera
estancia en Guyrá Retá
Llegar a Guyrá
Reta no fue un trámite sencillo para una platense acostumbrada a las rutas
pampeanas: saliendo de Posadas capital en un ómnibus de la empresa Río Uruguay
se llega luego de cinco horas y media a la localidad del El Soberbio. Luego, un
trayecto de 40 km de tierra en una camioneta 4x4, que atraviesa Colonia La Flor
(una pequeña localidad de chacras y casas adornadas por el fucsia de las
azaleas), nos deja en la entrada de Guyrá Retá.
El paisaje es un
cambio sorprendente porque si bien Posadas tiene sus lomadas y el encanto de la
vista al rio Paraná, atravesar Misiones rumbo al río Uruguay permite internarse
en las sierras ondulantes para apreciar el
monte imponente que se mezcla inexplicablemente con las plantaciones de
yerba mate, té o pino Paraná.
Los cuatro días de estancia en la cabaña Guyrá
Retá fueron además días de mucha lluvia y de un frío húmedo poco habitual para
fines de agosto (parece ser que en los últimos años la “ola polar” oriunda del
sur de nuestro país atraviesa el territorio argentino sin respetar los
microclimas de cada región).
Pero el clima no
hizo obstáculo para apreciar el verde explosivo de la Reserva Biosfera Yabotí, ni para escuchar el canto de los pájaros al
despuntar el alba. Es más, las botas cubiertas de barro rojo que me acompañaron
en el trayecto a la aldea Pindó Poty (2
km de ida en bajada y 2 km de vuelta en subida) fueron testigos de una
experiencia única, compartiendo charlas -entrecortadas por mi respiración agitada por
la caminata- con mis compañeros de estancia, Lucio y Dionisio.
Las visitas a la
aldea fueron ocasión de conocer el increíble paraje donde 20 años atrás migraron
algunas familias desde Tekoa Jeji, con
el antecedente de un sueño de la anciana Kuña
Karaí Victoria Almeida que funcionó como “revelación sagrada”, causa de
mesianismo y migración entre ambos territorios. Si Ñande Ru habita en cada ser del monte,
la disposición de las cabañas como un anfiteatro natural, permite que se lo
aprecie y se lo celebre, incluso siendo un juruá
curioso y fascinado por el poder de la naturaleza.
La hospitalidad
del cacique Alejandro Benítez y su familia me hizo sentir por momentos parte de
sus costumbres cotidianas: compartiendo el ritual del mate alrededor de una
fogata en la choza de paja y barro, recorriendo el sendero de las trampas para
cazar animales, escuchando un coro de niños en la casa del maestro Tito,
apreciando las artesanías que cada familia expone ante el visitante,
agradeciendo un almuerzo con pan casero y chorizos de la zona el último día
bendecido por el sol de la selva.
Tambien tuve la
suerte de compartir una larga charla con los adolescentes que cursan el
secundario en El Soberbio, en una experiencia inaugural que pone a prueba la
resistencia de una “interculturalidad” que sabrá de sus resultados concretos a
futuro. Según supe por el maestro bilingüe, las costumbres de los mbya-guaraní están a salvo de la
globalización tecnológica pero siempre y cuando la música hipnótica de sus
cantos colectivos conserve su lengua y el español sea sólo un medio para el
intercambio.-
Fátima
Alemán
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