Gustavo y su moto saliendo de su Estancia en la cabaña.
Foto: Juliette Igier
El
camino de la palabra y el silencio
“Cada
uno tiene una sombra que lo inquieta”
Suficiente motivo para emprender el
viaje o por los menos para dar cuenta de él, hacia la selva misionera, como una
misión personal quizás, una prueba familiar de hacer polvo a las distancias
para ver que había sido de mi silencio ahora lejos, y herido por los bordes en
filo de cierta abundancia de palabras del mundo moderno.
“Voy
a ver cuánto estoy dispuesto a callar” (le dije a Enrique), y me metí liviano
al corazón de la selva, con poca agenda, como si algo me dijera que si no hay
RITO, si no hay salida, no habría orden para seguir un plan desde la posición
en la que hoy pisaba la tierra.
Estaba
perdiendo el tiempo en ese lugar. (como un error y como un acierto), en esa
profundidad indagué en la profundidad de cierta palabra oculta (personal)
como una clave, para zambullirme inconsciente en esa cosmovisión que me
pertenece y que no reconocía ni a plena luz del día.
Lidio,
anticipó mi llegada a la cabaña Guyra Retá, y ahí esperé por Dionisio mi
primer contacto y “guardián”, solo este nombre (adjetivo-sustantivo) me
devolvió a la infancia donde “Hay algo que está más allá, que nos cuida para
que el Mal no venga” .
Dionisio
caminaba descalzo sobre las tablas del piso de la cabaña y yo también, y
rápidamente amontonamos pequeñas cotidianeidades para ponernos de acuerdo, yo
no tenía más (era con lo que viajaba), él, tampoco (porque no formaba parte de
su mundo), sobre esas CARENCIAS del mundo occidental PARTIMOS al viaje, al pan
y al tiempo.
Confieso
que el primer atardecer forzó a mi cuerpo hasta torcerlo y luego en la mañana
amanecí tarde, vaya sensación de saber que el mundo se hizo igual sin mí… aún
estaba lejos, aún no había llegado “NO PASE SIN LLEGAR” reza el cartel de
mburubichá ro, la casa del cacique Alejandro, más que una invitación amable, un
desafío interno de abandonar aún más esas palabras adheridas a la corteza
de mi lengua.
Desprendía
la palabra CULPA y luego fui llevado por el sendero como si fuera un ciego,
harto de ver cosas del otro lado de la Aldea, y ahí fui dejando algunos excesos
en las trampas tendidas para la cacería, aripuca, mondé pi, mondé i, mondé py
guachú, y otra trampa la de poder llegar al arroyo… ese día hoy estaba lejos.
Y
llegó la noche, y como niño recordé esas figuras en el cielo armadas con
estrellas, hasta que la cruz del sur se metió entre los hojas del eucaliptus
y de ahí en curva la constelación hasta la Aldea, “ese es el camino del
tapir” dijo Dionisio, de norte a sur en el comienzo de la noche y luego se
cruza en la madrugada, por esas huellas del cielo como un espejo en el
silencio de la selva, se buscan desde siglos cazador y presa.
Sigiloso
por la selva, en silencio, con el nombre que le fue revelado para el nuevo
tiempo, así probó por primera vez el fruto del yabotí cava ( y después de ese
néctar crecieron en él sus palabras).
Amanece
en la selva, la humedad crea a los árboles, a las nubes y despierta a los
pájaros, plumones grises que inauguran cantos como elemento primordial para
ponerle luego el eco a los pechos de los hombres, que siempre vendrán
después.
En
su banco espera el cacique Alejandro, hoy vas a ir al arroyo Paraíso y
visitarás de paso a Ciriaco (Opygua), sonríe, fuma, hablamos de política,
apreté su manos y le dije que regresaré para que cuando este en flor su planta
de durazno.
Un
par de niños, yo niño, veinte niños, corriendo por la ladera de la selva, y al
fin las mariposas, las piedras y el arroyo, desnudo el mundo de nuevo, una
distracción sagrada, que vuelve más idiota el mundo escrito del hombre y de sus
dioses.
Como
si yo fuera un animal de un zoológico extraño, me dicen Yuruá, y me hacen idiota
de lo que fui regalándome piedras y puñados de mariposas amarillas y violetas,
escondí algunas las lágrimas para siempre… por pudor…por lástima de mi raza…
por miles de hombres que han abandonado a su niño, y luego corrí de nuevo feliz
por esa selva.
Ciriaco
me esperaba, le dije a los niños que me quedaba un instante, solo Patricio se
quedó conmigo, le dije que venía de lejos, que quería su oración para la
protección de mi regreso, y entré con su permiso en Opy ché (casa del
sacerdote), camine sobre las cenizas de los años, entre el humo del fuego y el
tabaco y escuché en silencio un remolino de mil vientos, que se metían por el
techo de tacuaras.
Emprendí
el regreso convencido como el vuelo de las palomas surcando el cielo de esas
tardes en la selva, y corrí para llegar a las tumbas reciente de mis abuelos en
el campo santo de esos campos de corrientes, pregunté por Luciano el más
anciano del pueblo, y alguien me dijo hace poco que se había muerto, apreté
esos mensajes como si fueran santas semillas y las acerque a mi pecho.
Cerca
de casa ya, recordé una primera imagen de la primera mañana en la cabaña, sobre
un hojita finita del pasto mojado por el rocío dos mariposas se tocaban apenas
sus alas y luego como en un juego se alejaban, tanta felicidad acumulada, … en
tan solo una gota de AAGUA.
Felicidades
Amigos “Ñande pavé vya”
Gustavo Oviedo
Fotos: Juliette Igier, enero 2013.
Agradecemos a Gustavo Oviedo -escritor, poeta y consejal del Honorable Consejo Deliberante de la ciudad de Bella Vista , Corrientes-; este bello e inquietante texto-poema despues de su visita a Guyra Retá y le damos la bienvenida a AAGUA como nuevo miembro.-
(Enrique Acuña, Presidente de AAGUA.).-
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